Nunca olvidaré el día en que mi mamá me llamó presa del pánico: «Janna, tienes que convencer a tu papá para que se deshaga de ese caballo, ¡lo va a matar!». Major, era un semental joven y vicioso cuando papá lo compró. Él «no podía ser quebrado». Sus antiguos dueños habían usado una técnica para domar caballos que consistía en golpearlo y atarle la cabeza con fuerza entre dos postes donde lo dejaron parado sin comida ni agua durante 4 semanas.
Major se mantuvo firme. Cuando papá lo trajo a casa, atravesó cinco hileras de la cerca a los pocos minutos de llegar y mordía y golpeaba a cualquiera que estuviera a distancia. Mi papá nunca lo quebró… en cambio se ganó su corazón. Todos los días, durante horas y horas papá, trabajó para ganarse la confianza de ese caballo maltratado. El amor ganó y después de dos años completos, Major permitió que mi papá lo montara. Cuando mi padre salía, Major lo besaba en la cabeza una y otra vez. Tenían un vínculo que solo la gente de los caballos podría entender. Por eso nos pareció apropiado dejar que Major se despidiera cuando papá murió. Este es el último beso de Major.
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