El reencuentro

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El reencuentro de Marina Abramovic y Ulay fue inolvidable. Ellos fueron durante 12 años una pareja icónica en el mundo del performance. De hecho Ulay es considerado uno de los padres de ese arte. Su historia de amor termina en 1988, luego de realizar uno de sus trabajos más trascendentes: The lovers (Los amantes). Cada uno de ellos se ubicó en los extremos opuestos de la Muralla China, y caminaron 5995 kilometros para encontrarse justo en la mitad, en Erlang Sheng Shenmu, un templo budista ubicado en la provincia de Shaanxi. Ahí planeaban casarse.

Pero las cosas no salieron como habían esperado.

Eligieron la Muralla porque es la única creación hecha por el hombre visible desde el espacio, y reconocieron que algo de su escala y alcance la convertía en el escenario perfecto para una obra de arte. Tardaron ocho años en conseguir el permiso de caminarla, tiempo durante el cual su relación se deterioró.

Su gran gesto romántico reveló lo ardua que se había vuelto la relación, ya que Abramović se encontró trepando por montones de escombros donde el Muro estaba destruido. La acompañaba un traductor obligado a caminar a su lado castigado por el gobierno por haber realizado un libro fotográfico clandestino sobre bailarines de breakdance estadounidenses. Durante los dos primeros meses, apenas hablaron – mientras pueblos enteros salían a ver a una mujer caminando sola por el muro.

El 27 de junio, Abramović y Ulay se reunieron por fin. Entonces él soltó una bomba. «Me dijo que su traductora estaba embarazada de él. Me preguntó qué hacer. Le dije que debía casarse con ella», le contó Abramović a The Art Newspaper. Se abrazaron y se despidieron.

«Para ella era muy difícil seguir sola. Para mí, en realidad, era impensable seguir solo», contó Ulay a Christian Lund para la película de 2017, La historia de Marina Abramović y Ulay. «Si el amor se rompe se convierte en odio. Ella me odiaba».

Llevaban más de 20 años sin hablarse cuando Ulay apareció por sorpresa en The Artist Is Present, la performance de Abramović de 2010 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Durante dos meses y medio, Abramović se sentó a una mesa e invitó a los espectadores a ocupar la silla de enfrente y entablar una conversación silenciosa mientras el público observaba.

Los encuentros exploraban el espacio emocional, psicológico, fisiológico y espiritual, y cada uno de ellos era un intercambio no verbal de curiosidad, sentimientos y comprensión. Cuando llegó Ulay, Abramović puso cara de asombro y luego sonrió con recato. Él negó con la cabeza y a ella se le llenaron los ojos de lágrimas. Durante su breve encuentro, compartieron tantas cosas sin decir ni una palabra, la intensidad de su pasado envolviendo el presente y desbordándose hacia el futuro.

Al final de su encuentro, Abramović extendió las manos sobre la mesa hacia Ulay, que las estrechó y se inclinó hacia delante para decir unas palabras que nadie más pudo oír. El público estalló en aplausos, completamente sobrecogido por la intensidad del momento. Entonces Ulay se marchó y llegó otro espectador mientras Abramović hacía lo posible por recomponerse y continuar con la actuación.

Fuente: AnotherMag

 

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